Erase una vez una pequeña niña de ojos cafés, una de esas típicas niñas que le gusta cantar y leer cuentos de "Había una vez" . Le gustaba imaginarse mundos asombrosos, princesas de cabello rubio como el sol y castillos altísimos hasta el cielo. Solía jugar con sus compañeros de clase y andar por el parque o jugar a los yaces. Sin embargo, de un día para otro casi, sin darse cuenta, perdió lo más preciado que tenía: La inocencia.
Ya no era una niña pequeña, ya había salido de la escuela, pero aun así tenia remordimientos de haber dejado atrás esa etapa tan fácil y fugaz: La infancia.
No me considero ninguna clase de experta al respecto, pero una de las cosas que más extraño es la inocencia. Cuando entre amigos lo más feo que podía escuchar era un "tonto" o "fea" y hacer figuras de papel o rompecabezas nos tenía entretenidos durante horas.
Es que se pierde tan rapidamente. Un día te despiertas y eres un adulto más y no puedes volver. Te das cuenta que el mundo ya no es de colores y que no todo se arregla con una sonrisa.
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